Vamos a usar el calendario como herramienta de Memoria, para armar este Recordatorio de los desaparecidos y las desaparecidas desde 1983 hasta la actualidad. Es una obra colectiva que seguramente irá creciendo con aportes de lectores y lectoras. Comenzamos con MAYO. En el mes de mayo, a lo largo de las últimas cuatro décadas, desaparecieron César Monsalvez, Paulo Guardati, Luis Espinoza, Katherine Moscoso, Raúl «Boli» Saliwonczyh, Sandra Curimá, Matías Jaime, Dante Vázquez, Andrés Vázquez, Nicolás Escobar y Javier Morales Palma. En dos de estos casos el cuerpo nunca apareció.
César Adrián Monsalvez, Trelew, Chubut
Tenía 13 años cuando desapareció el 27 de mayo de 2013. Un mes después se encontró su cuerpo mutilado, pero fue identificado recién en 2019. César estaba en la secundaria. Era vago para el ejercicio físico, jamás hubiera ido caminando a la casa de su tía. El lunes 27 salió a eso de las diez de la mañana para visitarla y tendría que haber tomado un colectivo hacia el barrio Inta, en Trelew. Nunca llegó a su destino, tampoco volvió a su casa. Su tío, Bruno Rodríguez Monsalvez, era el único testigo en la causa por la detención ilegal, torturas y abuso sexual de “Pochi” Almonacid, de 16 años, ocurrido en enero de 2012 en una de las celdas de la comisaría 2ª de Trelew. Se suponía que Bruno estaba “protegido”, pero el 26 de enero de 2012 fue asesinado a puñaladas en la calle. César vivía con su mamá y con su abuela Marta, la mamá de Bruno, en una casa que está a dos cuadras de la comisaría 3ª. Luego del asesinato de su hijo, un móvil policial la siguió y desde adentro le gritaron que retirara la “cámara Gesell”, prueba en la que Bruno había incriminado a los policías que agredieron a Almonacid. Fue la primera de una serie de intimidaciones, pero la familia Monsalvez no consiguió protección, ni siquiera el inicio de una causa que conectara ambos hechos.
El fiscal Fabián Moyano y la jueza Ana Servent rechazaron el hábeas corpus. “Perdí a mi hijo, amenazaron y hostigaron a mi familia, y finalmente desaparecieron a mi hijastro”, había dicho Marta Monsalvez desesperada. Uno de los argumentos de la justicia para desestimar la denuncia por la desaparición de César fue haberles dado “un” cuerpo. El 9 de julio de 2013 el fiscal le entregó a su madre, Cintia Monsalvez, el supuesto cuerpo de César, en un cajón cerrado y con un certificado de defunción que solo decía N.N. “Unos 100 policías habían rastrillado sin éxito el Parque de la Memoria en Trelew, pero de pronto un chico que caminaba por ahí lo encontró”, dijo la abogada Verónica Heredia. Fue la única explicación que le dieron a la mamá de César. La causa de la muerte no fue establecida, y no hubo autopsia. La toma de ADN se hizo sobre lo que había en el cajón: solo estaba la parte inferior de un cadáver, un par de piernas intactas. En 2014 la Cámara de Casación ordenó investigar su desaparición forzada, removió al juez Hugo Sastre y al fiscal Fernando Gelvez, y dijo que esto sucedió en el marco de “violencia institucional que es una realidad en Chubut”, tal como había expresado la Corte IDH en la sentencia en la que condenó al país por la desaparición de Iván Torres. El fallo que llevó la firma de los jueces de Casación Gustavo Hornos, Juan Carlos Gemignani y Mariano Borinsky determinó que los funcionarios judiciales que intervinieron omitieron cumplir con la ley sobre desaparición forzada de personas, que establece la jurisdicción federal para investigar estos casos y la separación de las fuerzas de seguridad que pudieran estar implicadas, algo que Monsalvez y su abogada habían pedido durante meses. Los camaristas repudiaron que los policías que supuestamente buscaban a César hayan recorrido casa por casa sembrando entre los vecinos la versión de que “andaba en la droga” y por eso seguramente iba a aparecer “suicidado” en algún basural.
Paulo Cristian Guardati, Godoy Cruz, Mendoza
“No me voy a morir hasta encontrar a mi hijo”. Son las palabras que repite desde hace
29 años Hilda Lavizzari, madre de Paulo Cristian Guardati. El joven de 21 años fue visto por última vez cuando caminaba esposado y custodiado por un policía de civil por un boulevard del barrio La Estanzuela, del departamento Godoy Cruz, en la provincia de Mendoza. Hasta hoy no se sabe dónde está su cuerpo. Decenas de jueces tuvieron en sus manos esta causa, varias fojas del extensísimo expediente se perdieron con cada cambio de magistrado, y no hay ningún imputado ni condenado por esta desaparición forzada. El principal sospechoso y tres cómplices, todos policías, que estuvieron implicados y acusados desde el primer momento de la investigación, fueron sobreseídos. “Ni siquiera tengo una lápida donde llevar una flor”, dice la madre de Guardati, quien, a sus 77 años, ya con su pelo completamente blanco y con una difícil enfermedad que padece hace tiempo, jamás dejó de buscar a su hijo. Siempre recuerda las últimas palabras que escuchó de la boca de su hijo: “Vieja, voy al baile. No me esperes levantada”.
Guardati trabajaba de albañil. Había ido a un baile en la escuela Atilio Anastasi, en La Estanzuela, la noche del 23 de mayo de 1992 junto a sus amigos César Altamiranda, Ricardo Andrade, Roberto Ramírez y Cristian Reinoso. Cuando regresaban a sus casas, entre las 4.30 y las 5 de la madrugada del domingo 24 de mayo, tuvieron un problema con un policía de civil que caminaba por la vereda de enfrente. Según la declaración de Andrade y Ramírez, Guardati le habría lanzado una piedra al hombre que parecía seguirlos, y esto provocó que el policía disparara hacia el aire y corriera detrás de ellos. Los jóvenes escaparon hacia diferentes direcciones para no ser alcanzados, pero el policía eligió ir detrás de Guardati. Su amigo Andrade vio cuando el hombre lo alcanzó y lo tiró al suelo. Ramírez relató en su declaración el momento en que le puso las esposas. Los vecinos se asomaron a ver qué pasaba, luego algunos dirían que escucharon un disparo, otros que las detonaciones fueron ocho, pero sus relatos coincidieron en que un hombre joven, alto, de pelo corto –con un arma de fuego en una de sus manos “como la reglamentaria que usa la Policía”, vestido de civil con un jogging azul oscuro–, llevaba por el medio del boulevard de la calle 38 hacia el sur a Guardati, quien iba esposado. Por el camino en el que iban se dirigían al Destacamento de La Estanzuela. Su amigo Ramírez siguió a Guardati y a su captor hasta que llegaron hasta la vereda de esa dependencia policial, y se fue. Los amigos de Guardati creyeron que pasaría la noche detenido, especialmente por lanzarle un piedrazo a un efectivo, y que al día siguiente saldría en libertad, pero eso no ocurrió. La madre de Guardati esperó algunas horas y al no tener noticias de su hijo, y no saber dónde había sido llevado, el 25 de mayo hizo la denuncia en la comisaría 7ª de Godoy Cruz. Nada sería regular, los policías comenzaron la investigación sin informar a un juez de Instrucción, tal como lo establece el código de procedimientos penales de Mendoza. En febrero de 1993, la jueza Estela Garritano de Cejas procesó e imputó a los policías Walter Godoy, Oscar Luffi, Walter Páez y José Aracena por privación ilegítima de la libertad y por homicidio calificado. La magistrada llegó a la conclusión de que Paulo fue capturado por Godoy debido al testimonio de los amigos del joven y de los vecinos. Los otros tres efectivos, que estaban de guardia esa noche, fueron partícipes necesarios de la desaparición. Además, una veintena de personas fueron imputadas por falso testimonio y encubrimiento. Sin embargo, en abril de 1993, la Quinta Cámara del Crimen dictaminó en forma dividida la falta de mérito a favor de los cuatro policías acusados de privación ilegítima de la libertad y homicidio calificado, por lo que recuperaron la libertad. Finalmente, la Corte IDH consideró que los cuatro policías tuvieron responsabilidad en el hecho.
La desaparición de Guardati ocurrió cuando Mendoza era gobernada por el peronista Rodolfo Gabrielli. Su ministro de Gobierno era Alfredo Porras, quien en aquel momento se hacía cargo del accionar policial y penitenciario. Pero en 1998, en el gobierno de Arturo Lafalla, Mendoza tomó una decisión sin antecedentes: la provincia reconoció su responsabilidad y culpa en la desaparición forzada de Paulo Cristian Guardati, e intentó resarcir económicamente a su madre con una indemnización de 136 000 pesos. Sus abogados habían acudido a la Corte IDH y cuando esa instancia estaba por condenar a Argentina por violar el derecho de vida y libertad de Guardati, la Cancillería pactó una “solución amistosa”. De tal acuerdo surgieron dos comisiones, una de ellas encargada de fallar y obligar al Estado provincial a pagarle a Lavizzari una indemnización por la desaparición forzada de su hijo, lo que contó además con el aval de la Suprema Corte de Justicia de Mendoza. La otra comisión se dedicó a investigar desde cero lo ocurrido con Guardati, y concluyeron que la decisión de la Cámara del Crimen fue equivocada al sobreseer a los cuatro policías. Los investigadores encontraron culpables a los cuatro acusados, pero ya no podían ser juzgados nuevamente por el mismo delito, por lo que pidieron que fueran expulsados de la fuerza policial. También denunciaron una extensa red de complicidades, pero no se identificó a nadie de la cadena de encubrimientos.
En agosto del 2020, en plena pandemia de coronavirus, un ex policía que está preso pidió hablar con la fiscal de Homicidios Claudia Ríos, a cargo del caso. En su declaración insistió con el abuso policial ocurrido hace 28 años y aseguró que el autor fue un efectivo que en ese momento integraba la Brigada Nocturna de Investigaciones. Sostuvo que el joven nunca entró al destacamento de La Estanzuela, sino que fue subido a una camioneta que usaba la Brigada y se lo llevaron. También dijo que el policía al que se refería había estado procesado en el inicio de la investigación, pero terminó sobreseído. Los abogados de Hilda prefirieron ser cautos porque no era la primera vez que un ex miembro de la fuerza brindaba datos incorrectos sobre el hecho. La fiscal pidió al Ministerio de Seguridad que subiera el monto de la recompensa a 300.000 pesos, algo que se repite en este tipo de casos, a pesar de las recomendaciones de los expertos en su contra. El ofrecimiento de dinero suele ser la vía de ingreso de casi todas las pistas que desvían las investigaciones lo más lejos posible del lugar donde habrían cometido el crimen los agentes que usan uniformes pagados por el Estado.
Luis Armando Espinoza, Simoca, Tucumán
El viernes 15 de mayo de 2020 los hermanos Luis Armando y Juan Antonio Espinoza salieron a caballo a visitar a un familiar, y se cruzaron con un operativo policial con el presunto objetivo de dispersar a los tiros una carrera cuadrera clandestina. Sin una orden judicial, el comisario de la localidad tucumana de Monteagudo, Rubén Montenegro, había convocado a nueve policías que fueron al procedimiento vestidos de civil y en autos particulares. Al llegar los policías comenzaron a disparar. “Juan se cayó del caballo. Vinieron los policías y comenzaron a golpearlo. Luis, que observó la escena, fue en su ayuda. También le pegaron. Juan escuchó unos tiros y después vio cómo se lo llevaban a un monte, y no supo nada más de él. Juan les preguntó qué había sido de Luis, y le dijeron que se había escondido entre la vegetación”, contó Lorena Espinoza, hermana de ambos. Luis y Juan no habían participado de la carrera, pero se toparon con los agentes en el camino. Venían persiguiendo a los de la carrera de caballos, y agarraron a Juan Antonio. Lo golpearon, tenía heridas en la cabeza, el pecho y los brazos. Estuvo esposado y detenido cerca de una hora, mientras la policía cercaba la zona e impedía el paso. En eso escuchó la voz de su hermano Luis que se acercó a los policías y les gritó que dejaran de pegarle. Juan Antonio alcanzó a verlo cuando la policía se le fue encima. Escuchó un tiro, le dieron un golpe y se desmayó.
Cuando lugareños y familiares se acercaron a asistirlo, les dijo que
alcanzó a ver que agarraban a Luis.
Los familiares de Luis fueron a preguntar si estaba detenido, les dijeron que no. Tampoco estaba herido en ningún hospital. Nadie sabía nada de él. Se pasaron la noche buscándolo. El domingo un grupo de familiares y vecinos de Espinoza realizaron un corte de ruta en la zona de Monteagudo, acusando directamente a la policía. “La policía lo llevó y lo tiró en otro lado”, gritaba su madre Gladys Herrera durante uno de los operativos, con helicópteros, drones y 200 policías de la Brigada de Investigaciones. Los policías de la comisaría de Monteagudo tardaron un día en comunicar lo sucedido a la fiscalía. La versión policial sostenía que acudieron porque se estaba violando la cuarentena, que los disparos habían sido al aire para disuadir y que Luis se había escapado monte adentro, deslizando incluso la posibilidad de que se escapaba porque había robado la recaudación de la carrera clandestina. Luis tenía dinero encima, pero porque había pasado a cobrar un trabajo cuyo pago le debían. Espinoza era un trabajador rural de 31 años, oriundo de Melcho, casado, con seis hijos. Pasaron cinco días y durante el peritaje de la camioneta policial aparecieron manchas de sangre. A esa altura, el ministro de Seguridad de la provincia, Claudio Maley, dispuso el pase a disponibilidad de nueve policías de la comisaría de Monteagudo, y esa noche fueron detenidos junto a un vigía comunal, luego de una serie de allanamientos donde se secuestraron autos, celulares y ropa, imputados del delito de desaparición forzada de persona por pedido de la fiscal Mónica García de Targa. Para evitar sorpresas, el Ministerio de Seguridad de la Nación seguía de cerca cada movimiento, y aportó cooperación técnica para la búsqueda. Numerosas personalidades y organizaciones de derechos humanos, sociales y políticas desplegaron el reclamo de aparición con vida de Luis Armando Espinoza por las calles y en las redes sociales. La investigación verificó que el cuerpo de Luis Espinoza fue trasladado hasta la comisaría de Monteagudo y desde allí partieron hacia Andalgalá.
Luego de una semana, la fiscalía y la policía judicial tucumana encontraron el cuerpo sin vida de Espinoza. Fue en alta montaña, en medio de precipicios empinados y vegetación tupida, en territorio de Catamarca. Bomberos voluntarios tuvieron que colgarse con arneses, entre una densa niebla, hasta que, en una de las barrancas, a 150 metros de profundidad, hallaron el cadáver envuelto en nylon negro, con una bolsa blanca en la cabeza. El cuerpo fue reconocido por su hermano Juan Antonio.
Dos de los imputados habían quebrado el pacto de silencio entre los policías. Los oficiales René Ardiles y José María Paz declararon lo que sabían y admitieron una participación menor en el encubrimiento. El cuerpo de Luis había sido llevado entre cuatro policías en el auto particular del subcomisario Rubén Montenegro y arrojado al vacío en las barrancas de la zona de Alpachiri. Poco antes de cumplirse un año de la desaparición y asesinato de Espinoza, el fiscal de homicidios del Centro Judicial de San Miguel de Tucumán, Carlos Sale, requirió la elevación a juicio de la causa con la imputación del delito de privación ilegítima de la libertad seguida de homicidio agravado por el uso de arma de fuego. A los nueve policías de la comisaría de Monteagudo –Rubén Montenegro, José Morales, Miriam González, René Ardiles, Víctor Salinas, Carlos Romano, José María Paz, Gerardo González Rojas y Claudio Zelaya– se suma el agravante de los incumplimientos de deberes de funcionario público. Además, también se imputa los delitos de privación ilegítima de la libertad y lesiones en perjuicio de Juan Espinoza, hermano de Luis. Los civiles involucrados son Héctor Villavicencio, quien oficiaba como vigía, y Álvaro González, quien ya recuperó su libertad. De acuerdo a la investigación, en ese operativo ilegal el oficial Morales disparó su arma reglamentaria modelo “Jericho” contra Luis Espinoza, fue un disparo por la espalda, a una distancia de 10 metros. Sin saber si Espinoza continuaba con vida, no prestó asistencia médica y comenzó el operativo de encubrimiento. A punto de llegar a juicio oral fue planteada la competencia del fuero federal.
El juez de la causa, Mario Velázquez, admitió que se trató de un hecho similar a lo que sucedía durante la dictadura. “Acá se privó a una persona de la libertad, se la hizo desaparecer y, habiéndola matado, se la tiró. Tiene todos los condimentos de la época más atroz de nuestra historia en manos del terrorismo de Estado”. El gobernador Juan Manzur había sido por esos días anfitrión del presidente Alberto Fernández, pero ninguno hizo mención pública alguna a la desaparición y muerte de Espinoza.
Katherine Moscoso, Monte Hermoso, Buenos Aires
Kathy Moscoso tenía 17 años y un leve retraso madurativo. Vivía desde muy pequeña con su abuela Marta Mesa y su tío Ezequiel Moscoso. Estudiaba en la Escuela Especial 501 de Monte Hermoso, se pasaba horas en la hamaca con sus auriculares y adoraba bailar. El domingo 17 de mayo de 2015 fue vista por última vez en el boliche Arenas, adonde había ido con sus amigas. Ese fin de semana Ezequiel –40 años, de oficio albañil– se había ido a Bahía Blanca. “Nunca volvió a casa, estuvo una semana desaparecida, la buscamos días enteros con los vecinos peinando todo el pueblo, hasta que aparece su teléfono cerca de nuestra casa y de uno de los sospechosos”, apunta. En esas horas desesperadas tuvieron que escuchar al fiscal Sebastián Foglia diciendo a radio La Brújula de Bahía Blanca que “la nocturnidad no tuvo nada que ver”, que “Katherine se había comunicado por Facebook, que estaba en Neuquén con su novio, y no quería volver más”. Puras patrañas. Su cuerpo sin vida apareció a las 22 del mismo día que el fiscal hizo esas declaraciones, en un lugar que ya había sido rastrillado, semienterrado en un médano cerca de su casa. La autopsia determinó que murió de asfixia, fue golpeada y sepultada cuando aún respiraba.
La familia Moscoso tiene su teoría sobre lo que pasó esa noche. “La llevaron engañada a una fiesta sexual, se resistió y por eso la mataron y la hicieron desaparecer. En la causa está acreditado que los patovicas del boliche organizaban fiestas sexuales junto con políticos en un lugar costero a 10 kilómetros de Monte Hermoso por la playa”, dice el tío de la adolescente. Katherine habría sido asesinada por personas vinculadas al poder político de la ciudad que tuvieron la posibilidad de encubrir el crimen, direccionar la investigación por medio de policías en los primeros tres días, y encubrir a los culpables los días posteriores a través de la Brigada de Investigaciones (DDI). La olla que destapó el femicidio de Katherine salpica a más de veinte personas, ex instructores judiciales, comisarios, policías, bomberos, ex funcionarios y empleados municipales, denunciados por presunto de abuso de autoridad, incumplimiento de los deberes de funcionario público y encubrimiento agravado; sin perjuicio de formar parte todos ellos de una asociación ilícita para ocultar pruebas, desviar la investigación, encubrir y proteger a los culpables, presionar y amenazar testigos y policías.
Matías Jaime, Villa Adelina, Buenos Aires
Era un estudiante de medicina de 18 años que desapareció el 5 de mayo de 2006.
Vivía en Carapachay y su cuerpo sin vida fue localizado a pocos metros de la comisaría de Villa Adelina, alrededor de las seis de la mañana. Estaba boca arriba con un fuerte impacto en la zona de la nuca “con pérdida de masa encefálica, en el medio de las dos vías del Ferrocarril Belgrano justo en el paso a nivel de la calle Soldado de Malvinas”, se lee en el parte policial. Estuvieron sospechados los jefes de la distrital conurbano norte y comisaría de Villa Adelina, capitán Adrián Daddona, oficial Ricardo Leyes y otros policías. Es otro de los casos por los que el Ministerio de Seguridad bonaerense ofrece recompensa a quien aporte datos para su esclarecimiento.
Dante Alejandro Vázquez, Corrientes
Dante tenía 25 años, cuando desapareció el 8 de mayo de 2009, mientras se encontraba bajo la custodia del Servicio Penitenciario de esa provincia, en la Unidad Penal 4 de Granja Yatay. Fue torturado y su cuerpo fue arrojado al pie de una barraca costera del río Paraná. Le faltaban muy pocos días para quedar en libertad.
Andrés Vázquez, Granja Yatay, Corrientes
El 15 de mayo de 2009 desapareció Andrés Vázquez, de 26 años. Las sospechas recaen sobre el Servicio Penitenciario de la provincia de Corrientes. Fue encontrado muerto junto a un arroyo en el interior de la Unidad Penal 4 de Granja Yatay, una cárcel de mínima seguridad donde estaba detenido, después de desaparecer del pabellón. Murió estrangulado.
Raúl “Boli” Saliwonczyh, Vicente López, Buenos Aires
Tenía 17 años el 10 de mayo de 2002 cuando fue visto al ser detenido por una camioneta de la comisaría 3a de Munro, partido de Vicente López, en el puente de Villate, y desde entonces continúa desaparecido. Hay testigos de que estuvo en la comisaría, donde fue golpeado. “En confianza” un policía contó a un vecino que “se les fue la mano”. Cinco meses después, sus padres –a quienes amenazaron diciéndoles que si no se olvidaban del asunto les iba a pasar lo mismo– se encadenaron a los Tribunales de San Isidro reclamando justicia. “Él iba caminando aquel día por la mañana cuando la policía de la comisaría de Munro lo detuvo para averiguar sus antecedentes, lo maltrató y se lo llevó. Hay muchos testigos de lo que sucedió, pero no quieren hablar porque tienen miedo”, dijo Mercedes Gutiérrez, la madre de Raúl. La policía negó haberlo detenido, dijo que le pidieron los documentos y lo dejaron ir.
Cuando se cumplieron cinco años de su desaparición hubo una movilización de Obelisco a Plaza de Mayo. Mercedes leyó en voz bien alta una carta. “¿Qué pasó con él? ¿Dónde está su cuerpo o donde lo tienen? Fue secuestrado y torturado en democracia. ¿Qué pasa con esta maldita justicia que es tan difícil de encontrar? ¿O hay que ser de clase alta? Los policías son delincuentes uniformados, que siguen la vieja escuela de ‘las botas’. Hemos sido manoseados, habiendo entregado ya seis petitorios, señor Presidente, lo consideramos una burla a nuestro dolor. El Estado tiene la obligación de devolverme a mi hijo con vida, o su cuerpo si está muerto. Aparición con vida de tantos desaparecidos en democracia que no salen a la luz”.
Nicolás Escobar, Tafí Viejo, Tucumán
Nicolás desapareció el 17 de mayo de 2015, hasta que su cuerpo fue encontrado en un zanjón donde los vecinos habían rastrillado antes. El joven de 14 años fue visto por última vez cuando un patrullero lo seguía.
Sandra Lorena Curimá, Perugorría, Corrientes
Sandra tenía 22 años, vivía en su casa situada en el establecimiento ganadero Santa Teresita, a unos 15 kilómetros de Perugorría, junto a su hijo de 2 años y sus padres Domingo Curimá y Rosa Báez. Salió el 27 de mayo de 2005 hacia el pueblo, estuvo dos días desaparecida hasta que su cuerpo sin vida fue hallado parcialmente sumergido en una alcantarilla. Familiares y vecinos organizaron una marcha de silencio por el pueblo, con antorchas y en reclamo por el esclarecimiento del femicidio, cerca de la parroquia hubo rezos por la muerte de Curimá y por la de Zunilda Giglio, quien había sido encontrada sin vida colgada de un puente dos años antes. Rosa y Domingo Curimá, con su abogado, habían sido recibidos en el juzgado y la fiscalía del caso. Luego de la tercera manifestación fue relevado el jefe de la comisaría local. La primera autopsia dejó un resultado que Sandra tuvo una “muerte dudosa”. Hubo especulaciones, algo no cerraba, de modo que el juez José Vega ordenó una segunda autopsia al cuerpo de la joven, a cargo de otros forenses. Ese estudio arrojó como resultado que la mujer habría muerto por asfixia o envenenamiento. Desde ese momento la carátula de la causa cambió de “muerte dudosa” a “supuesto homicidio”.
Javier Morales Palma, Lago Puelo, Chubut
Tenía 16 años y una discapacidad, está desaparecido desde el 29 de mayo de 2008.